domingo, 20 de abril de 2008

Cambios I

Solía correr descalzo sobre las puntiagudas aristas de las rocas que conformaban el malpaís. Mas no se hacía daño.

No es que tantos años haciéndolo y viviendo en tan singular estado le hubieran curtido aquellos pies que ya habían olvidado lo que era el calzado -arrinconado y maltrecho el último par de botas de montaña en el fondo de su primera cueva a modo de mausoleo-, no. Lo más curioso era que sus pies se habían acostumbrado a pisar en el espacio más firme y regular posible dentro del apenas medio metro cuadrado del que disponían para elegir en cada zancada. Y lo hacían siempre, fueran éstos a la velocidad que fueran.

Y es que aquellos pies eran auténticos supervivientes. Dormían siempre al raso, incluso cuando las gélidas temperaturas invernales se atrevían a descender más allá de los 10º bajo cero. Tampoco les molestaba demasiado el contacto con la nieve. De hecho, agradecían su refrescante caricia cuando había ocasión para ello.

Por suerte, no debían de soportar más de 20 Kg cada uno, pues su dueño, menudo siempre y extremadamente delgado ahora, vivía con el mínimo de hidratos y proteínas, normalmente, provenientes de algún tizón despistado o de algún bichejo del que le importaba tan poco su clasificación en el reino de los invertebrados como el mal sabor que pudiera tener justo antes de deglutirlo. La poca agua que bebía la lamía cada mañana del rocío depositado en el retamar, salvo en los escasos días al año que había nieve, pues le resultaba más fácil incrustar toda su cara en ella para, por un lado, hidratar su cuerpo y por otro, dejar la huella de su rostro impresa en esa nieve a modo de arte abstracto efímero el cual nunca nadie llegaría a apreciar... ni siquiera ver.

...malpaís...

No obstante, su cuerpo había adelgazado más por la propia adaptación al medio y eficiencia energética que por una realmente inexistente desnutrición. De hecho, el mayor gasto calórico se correspondía con aquellas largas carreras mañaneras, justo después de haber bebido de las retamas, o con los momentos cuando le daba por trepar por las laderas del borde de la caldera volcánica para observar luego arriba, durante horas, el siempre maravilloso paisaje a su alrededor. O también cuando, muy de vez en cuando, cambiaba de lugar de residencia.

De resto dormía mucho, muchísimo. En invierno le faltaba poco para quedarse adormecido todo el período como si de un oso polar se tratara. Pero le gustaba demasiado los paseos sobre la nieve como para estar tres meses seguidos enclaustrado con su metabolismo reducido al mínimo.

Y a pesar de que su vida pendiera de un hilo mucho más frágil que el de cualquier persona “civilizada”, sabía que lo importante no era cuándo La Parca se le acercara, con o sin previo aviso -pues a todos les llegaría su momento- sino que lo que hubiera habido detrás de ese momento hubiera sido atemporalmente bien aprovechado.

Y realmente lo era. Lo sabía él y lo sabían sus pies.

Pero no fue precisamente La Señora de La Guadaña quien, cierto día, tocaría a sus puertas...

CONTINUARÁ...


Cestomano 2008

sábado, 12 de abril de 2008

Tránsito

Me desinflo.

La porosidad de mi piel sintética no podrá resistir tanta presión interior.

Es lo que conlleva tanto subir... gozas de las vistas, del aire puro, del frío, de la tranquilidad; pero pagas tu afán aventurero, de exploración, de búsqueda con un destino nada halagüeño que no podrá acabar de otra manera que con la propia desaparición.

...subiendo...

Y una vez elegido el camino ya no hay vuelta atrás. Sólo me resta subir mientras me deshincho; o mientras aguanto y terminar estallando en mil pedazos rojos...

Sin embargo, pienso que estos pocos minutos han valido la pena. Veo más allá de lo que nadie ha llegado a ver; siento lo que nadie jamás ha sentido; oigo sonidos indescriptibles, alucinantes, bellos; huelo... mmmmmm... como nunca lo había hecho. Y todo ello a la vez, de golpe, azotándome de dolor y placer, haciéndome sentir por primera vez lo sublime.



Es una lástima que no lo pueda contar a nadie, en vida. Sólo puedo intentar describirlo con palabras débiles, inexactas, totalmente injustas a esta realidad, en estas hojas. Y esperar que el viento las lleve muy lejos, como un efímero epitafio del que nunca sabré si será leído antes de esfumarse para siempre.

Me queda poco, ya comienza la agonía. Pero me doy cuenta de que el tiempo no es lineal y alargo estos últimos instantes y los relleno de más contenido valioso del que haya podido conseguir en vida. Y me aferro a ello, desesperado pero alegre, asustado pero emocionado, preparado para un trágico y hermoso final acompañado por todas las fuerzas de la naturaleza, tanto aquellas que una vez me dieron la vida como las que pronto, muy pronto, me la arrebatarán.

...éstas hojas...

Cestomano 2008