La porosidad de mi piel sintética no podrá resistir tanta presión interior.
Es lo que conlleva tanto subir... gozas de las vistas, del aire puro, del frío, de la tranquilidad; pero pagas tu afán aventurero, de exploración, de búsqueda con un destino nada halagüeño que no podrá acabar de otra manera que con la propia desaparición.
Y una vez elegido el camino ya no hay vuelta atrás. Sólo me resta subir mientras me deshincho; o mientras aguanto y terminar estallando en mil pedazos rojos...
Sin embargo, pienso que estos pocos minutos han valido la pena. Veo más allá de lo que nadie ha llegado a ver; siento lo que nadie jamás ha sentido; oigo sonidos indescriptibles, alucinantes, bellos; huelo... mmmmmm... como nunca lo había hecho. Y todo ello a la vez, de golpe, azotándome de dolor y placer, haciéndome sentir por primera vez lo sublime.
Es una lástima que no lo pueda contar a nadie, en vida. Sólo puedo intentar describirlo con palabras débiles, inexactas, totalmente injustas a esta realidad, en estas hojas. Y esperar que el viento las lleve muy lejos, como un efímero epitafio del que nunca sabré si será leído antes de esfumarse para siempre.
Me queda poco, ya comienza la agonía. Pero me doy cuenta de que el tiempo no es lineal y alargo estos últimos instantes y los relleno de más contenido valioso del que haya podido conseguir en vida. Y me aferro a ello, desesperado pero alegre, asustado pero emocionado, preparado para un trágico y hermoso final acompañado por todas las fuerzas de la naturaleza, tanto aquellas que una vez me dieron la vida como las que pronto, muy pronto, me la arrebatarán.
Cestomano 2008
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